Miguel de Cervantes Saavedra
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre
no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en
astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más
vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados,
lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las
tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de
velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre
semana se honraba con su vellori de
lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina
que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el
rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los
cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran
madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de
Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso
escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana;
pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no
se salga un punto de la verdad.
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