Sergio Pitol
Estábamos
en 1957 y yo tenía veinticuatro años. Me movía con regocijo en un medio de
intensa excentricidad donde amigos de distintas edades, nacionalidades y
profesiones convivíamos con absoluta naturalidad, aunque, como era de
esperarse, prevalecíamos los jóvenes. Fuera del sector ortodoxamente
excéntrico, el cual tenía ya un pie hundido en las manías y las obsesiones, a
los demás nos caracterizaba el fervor por el diálogo, siempre y cuando fuera
divertido e inteligente, la capacidad para la parodia, la falta de respeto a
los valores prefabricados, a las glorias postizas, a la petulancia y, sobre
todo, a la autocomplacencia. […]
No hay comentarios:
Publicar un comentario