Los
de abajo.
Mariano Azuela
Te
digo que no es un animal... Oye cómo ladra el Palomo... Debe ser algún
cristiano... La mujer fijaba sus pupilas en la oscuridad de la sierra. — ¿Y que
fueran siendo federales? —repuso un hombre que, en cuclillas, yantaba en un
rincón, una cazuela en la diestra y tres tortillas en taco en la otra mano. La
mujer no le contestó; sus sentidos estaban puestos fuera de la casuca. Se oyó
un ruido de pesuñas en el pedregal cercano, y el Palomo ladró con más rabia. —
Sería bueno que por sí o por no te escondieras, Demetrio. El hombre, sin
alterarse, acabó de comer; se acercó un cántaro y, levantándolo a dos manos,
bebió agua a borbotones. Luego se puso en pie. — Tu rifle está debajo del
petate —pronunció ella en voz muy baja. El cuartito se alumbraba por una mecha
de sebo. En un rincón descansaban un yugo, un arado, un otate y otros aperos de
labranza. Del techo pendían cuerdas sosteniendo un viejo molde de adobes, que
servía de cama, y sobre mantas y desteñidas hilachas dormía un niño. Demetrio
ciñó la cartuchera a su cintura y levantó el fusil. Alto, robusto, de faz
bermeja, sin pelo de barba, vestía camisa y calzón de manta, ancho sombrero de soyate y
guaraches. Salió paso a paso, desapareciendo en la oscuridad impenetrable de la
noche. El Palomo, enfurecido, había saltado la cerca del corral. De pronto se
oyó un [...]
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